Libertad de prensa, pero menos

Rueda de prensa del ministro de trabajo Celestino Corbacho el pasado miércoles 29 de julio. Al final de la misma, un redactor de TVE pregunta al ministro sobre las declaraciones que, sólo 10 minutos antes, ha realizado Gerardo Díaz Ferrán, jefe de la patronal española. El ministro contesta sin más, después sucede esto: el director de comunicación del ministerio, Manel Franch, recrimina al periodista por “preguntar fuera de lugar”, “sin pacto previo” como se deduce de la expresión de Franch “lo pides antes y te lo gestionamos bien” y le amenaza, asegurándole que se informara de su identidad para impedir que vuelva más a ese ministerio. Después de las preceptivas quejas de diferentes asociaciones de periodistas, el ministro Corbacho pidió, al día siguiente, disculpas al periodista por el “encontronazo no deseado” y aseguró, con cierta broma, que “le daré una entrevista, pero que me lo diga con tiempo para preparármela”.
Ya está. Eso es todo. Ni el señor Manel Franch, pillado en un renuncio enorme, dimite, ni desde el ministerio se le despide por su actitud, más propia de una oficina soviética de control de la información, no sea que le den armas al enemigo pepero. Éste es el nivel de la libertad de expresión en este país. Una muestra más, junto con las informaciones editadas y facilitadas directamente por los propios partidos (propaganda), las ruedas de prensa en las que no se puede preguntar nada (deberían llamarlas, más bien, conferencias) y una actitud displicente de la clase política hacia el periodismo y su labor, cuando no claramente beligerante con los no conversos. Los partidos políticos juegan “el gran juego” de la guerra feroz por atizar al contrario cuanto más duro mejor, sin pararse en consideraciones de ningún tipo. La verdad o, cuando menos, los hechos probados, carecen de importancia, como demuestran las declaraciones de María Dolores de Cospedal, secretaria general del PP, denunciando escuchas ilegales y comportamientos delictivos por parte de instituciones del estado, sin aportar más datos ni pruebas que su presencia pinturera en terraza veraniega.
En esta situación, los periodistas, la información y el periodismo, son meras fichas del tablero, prescindibles, para jugar y ganar en “el gran juego”. Las consecuencias: el deterioro de la democracia, lugar manido y tópico, expresión propia de agoreros, derrotistas y enemigos de esta democracia con la que el pueblo español se ha dotado. Esperemos que no haya que lamentar desgracias futuras.