De vuelta

Mientras la prensa se hace eco de cómo ha vuelto con fuerza el realquiler a las vidas de muchos ciudadanos, no solo de estudiantes o divorciados sino de familias completas, obligados a compartir el reducido espacio de una habitación, leo la entrevista que La Vanguardia hace a Jeff Rubin, economista de prestigio y autor del libro Por qué el mundo está a punto de hacerse mucho más pequeño, aunque con dicho título el señor Rubin no se refiera en su libro a la progresiva reducción del tamaño de las viviendas. La tesis de Rubin es que el petróleo barato está a punto de acabarse y, con él, la globalización. A la vuelta de la esquina, como quien dice, se acabará traer alimentos del otro confín del mundo, porque el transporte ya no lo hará rentable, se acabará fabricar fuera, porque el ahorro en mano de obra se irá por los costes de traer y llevar las materias primas y sus resultantes de vuelta. Volverán los productos de temporada, cultivados cerca de casa, y la fabricación a la vieja Europa y aledaños, pues más lejos no saldrá a cuenta.
Desconozco si el señor Rubin tiene razón o no, aunque sus argumentos parecen bien sustentados y razonados, ni siquiera si acertará (hecho totalmente independiente de tener la razón o no tenerla), pero es una idea atrayente: volver, aunque sea forzados por las circunstancias, a un mundo más equilibrado, más racional (si ello es posible), en el que tener de todo todo el tiempo, con el descomunal gasto energético que eso supone, ha trastocado las estructuras económicas con la mal llamada globalización pero que, en el fondo, solo ha beneficiado a unos pocos. Las ventajas parecen claras. Se volvería a una alimentación de temporada, lo que beneficiaría al sector agrario. Se recuperaría tejido industrial y productivo, lo que no vendría mal para acabar de cambiar nuestro modelo económico basado en la pandereta y sus sucedáneos. El turismo volvería a ser nacional, no como ahora que en ocasiones es más barato irse a las antípodas que a Gijón, por poner un ejemplo. En resumidas cuentas, como reza el título del libro de Rubin, nuestra escala vital se reduciría. Quizá así nos daríamos cuenta que a nuestro alrededor hay un mundo por descubrir que habíamos pasado por alto, deslumbrados como estábamos por hechos e imágenes que sucedían a miles y miles de kilómetros de distancia. No abogo por el aislamiento, cosa imposible con las telecomunicaciones existentes hoy en día, pero sí porque nuestras miradas no se pierdan en el horizonte cuando, justo a nuestro lado, hay tantos paisajes por descubrir.
El señor Rubin dice que en no muchos meses este nuevo fenómeno se hará apreciable. Como el plazo es breve y no nos cuesta nada, estaremos atentos.

A verlas venir

“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos”. Así empieza “Historia de dos ciudades” de Charles Dickens y pareciera una frase que ni pintiparada para el momento que estamos viviendo actualmente. Mientras en círculos empresariales no se pierde comba, pidiendo reducciones de cotizaciones empresariales y abaratamiento del despido, los gastos sociales no dejan de crecer y aumenta el número de personas y familias que sin los servicios sociales ya no podrían subsistir. En un informe elaborado por el Ayuntamiento de Barcelona, comparando los datos de los primeros semestres de 2007, 2008 y 2009 en la ciudad, la atención a familias socialmente vulnerables ha aumentado más de un 24%, pasando de 29.600 familias atendidas los primeros seis meses de 2007 a 36.700 en los mismos meses de 2009. En porcentajes similares ha crecido el número de personas atendidas en servicios de cobertura alimentaria (24,5%) y acogida nocturna (21,9%).

Es habitual oír y leer, desde que empezó la crisis, que éste es un periodo que puede ofrecer buenas oportunidades y que hay que aprovecharlo para realizar los cambios y ajustes estructurales necesarios. Sin embargo no se pueden dejar de lado las dramáticas situaciones que atraviesan cientos de miles de personas en España. La respuesta de las administraciones públicas ha sido y está siendo la inyección de dinero (en obras públicas, subvenciones, políticas sociales, etc.) a costa de un aumento muy significativo del déficit. Los ayuntamientos, como es lógico en primera línea de la atención al ciudadano, se han visto obligados a incrementar su deuda para intentar paliar los efectos de la crisis sobre la población. Siguiendo con el de Barcelona, éste dedica este año una inversión de 5 millones de euros en contratos con entidades y empresas de inserción laboral, una de las bases de la inclusión social, incidiendo también en programas de ayuda a las familias socialmente vulnerables, personas en exclusión social severa, niños y adolescentes con riesgo social, mujeres y hombres ancianos en riesgo o personas en situación de dependencia y discapacidad.

La Comisión Europea acaba de decirles a nuestras autoridades, negro sobre blanco, que España será la última en salir de la crisis (junto con Letonia, Lituania y Bulgaria, podría parecer un chiste pero no lo es), que no notará mejoría hasta 2011 y que deberá hacer durante bastantes años un ajuste económico y fiscal extraordinario para reducir su déficit y reajustar su economía. Mientras esto sucede, vamos camino de tener nuestra propia generación perdida pues, como publicaba la prensa esta semana, casi el 10% de los jóvenes entre 20 y 29 años (más de 500.000) ni estudia, ni trabaja, ni busca empleo. Si añadimos a éstos a los parados de esta franja de edad (1,2 millones), a los que estudian pero tendrán pocas probabilidades después de trabajar en lo suyo, a la elevada proporción de mileuristas, etc., podemos hacernos una idea aproximada del grave problema que nos podremos encontrar a la vuelta de unos años.

Desde luego Dickens, en la actualidad, tendría material de sobra para pergeñar una de sus maravillosas historias.

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