Digo digo i digo Diego

No tuve más remedio que reírme el otro día. Estaba escuchando las noticias en la radio del coche y el locutor comentaba unas declaraciones del recién nombrado ministro de Trabajo Valeriano Gómez. Éste ha afirmado, sin ruborizarse, que si fue a la manifestación convocada por los sindicatos el 29 S con motivo de la huelga general, no fue porque estuviera de acuerdo con dicha huelga sino que fue para demostrar su solidaridad con las organizaciones sindicales en unos momentos muy difíciles para ellas. Quizá sin saberlo, el ministro Gómez ha iniciado un nuevo camino en el arte de la equidistancia, ese género tan español que queda tan bien plasmado en los dichos “nadar y guardar la ropa”, “tirar la piedra y esconder la mano” o “estar en misa y repicando”. De este modo, a partir de ahora podremos ir a cualquier manifestación o, por extensión, a cualquier acto que surja, sin importar la causa de la convocatoria ya que podremos justificar nuestra presencia con el primer motivo que se nos ocurra: pasaba por aquí, me gustó el color de las banderas, los niños estaban en clase de flauta y no tenía nada que hacer, había comido mucho y salí a dar un paseo, etc.
Sin quitarle su mérito al señor Valeriano Gómez, no cabe duda que está a años luz del maestro José Luis Rodríguez Zapatero. Nuestro presidente acaba de decir, en la última reunión europea, que hay que aumentar la productividad de la economía española para que mejore su competitividad. Bien. Dicho así, parece una de esas grandes verdades que nadie puede discutir. Todos podrían estar de acuerdo. Lo malo de ese axioma es que el aumento de la productividad y la mejora de la competitividad generarían un aumento muy significativo del paro. Conseguir tal prodigio, además, requeriría una cantidad ingente de inversión que España no puede realizar hoy en día. Ni podrá en muchísimos años. Conclusión: otro brindis al sol de nuestro presidente para salir bonito en la foto y poder decir que se preocupa de la economía española aunque en realidad no pueda hacer nada por ella porque no hay un duro y ha de seguir y seguirá las directrices que le marquen las instancias económicas europeas e internacionales.
Yo creo que si callados no están más guapos, por lo menos molestan menos.

¿Para qué?

¿Para qué ha servido todo el tinglado que se ha montado? ¿Para qué las manifestaciones, las soflamas y los gritos enardecidos? ¿Para qué las imposturas, los videos casposos y los falsos clamores? En definitiva, para nada. Porque dudo mucho que el señor Méndez o el señor Fernández Toxo sean tan ingenuos de pensar que el Gobierno Zapatero pueda dar un solo paso atrás en su política económica y social. ¿O es que no se enteraron que el pasado mes de mayo España quedó intervenida de facto por las autoridades económicas europeas, con el respaldo de USA y China? La política económica de España está dirigida y tutelada por las instancias internacionales, Eurogrupo y FMI, y ni por asomo el señor presidente Zapatero puede salirse del guión que lleva escrito. Porque la alternativa es el abismo.
Y no se trata de una exageración, sino más bien de una triste, tristísima constatación. Sin el concurso de los mercados financieros internacionales España se derrumbaría si no pudiera colocar las emisiones de bonos y obligaciones que, semana sí y semana también, lanza en búsqueda de liquidez. Y esos mercados compran porque saben que se han tomado, se están tomando y se tomarán todas las medidas necesarias para garantizar que España pagará lo que debe y lo que aún va a seguir debiendo. Y no lo digo yo, sino que el propio Zapatero, la semana pasada en Nueva York en la reunión que mantuvo con grandes financieros y capitostes de fondos de inversión, garantizó la seguridad y continuidad de las medidas que España está llevando a cabo ¿Es que acaso nuestros líderes sindicales no leen la prensa?
Ahora bien, si de lo que se trataba ayer era de salvar la cara frente a la masa de trabajadores pues puede que sí que haya servido de algo todo el teatro. Aunque cuando los que participaron en la huelga, para pedir al Gobierno la rectificación de su política y la retirada, por ejemplo, de la Ley de Reforma Laboral, vean que no solo no se retira sino que la reforma de las pensiones llegará como una apisonadora ¿A dónde mirarán? ¿Qué les preguntarán a sus líderes sindicales? ¿Y qué contestarán éstos?
Los sindicatos han de entender que se deben reciclar, si no desaparecerán. Ellos son ahora los únicos que pueden negociar hasta la última coma de cada medida de las que vienen para paliar, en la medida de lo posible, las consecuencias. Pero han de aceptar que llegan, están aquí ya, tiempos muy duros a nivel internacional y que muchos derechos sociales se van a reducir o desaparecer. Porque España siempre ha sido una economía débil aunque nos hicieran creer otra cosa.

El truco del almendruco

Fase 1: Allá por el mes de mayo, ante la presión que Europa, el FMI, EEUU y China ejercen sobre España para que se ponga las pilas de una vez e inicie el camino del recorte y la austeridad, nuestro ínclito Gobierno saca la tijera y, entre otras cosas, les dice a los ayuntamientos de la nación (endeudados hasta las trancas) que desde ya no pueden endeudarse más. Como en menos de 24 horas se levanta un oleaje que “pa” qué, el Gobierno dice que donde dijo “desde ya” dice ahora que a partir del 1 de enero de 2011. Pese a la prórroga, los ayuntamientos no se quedan nada contentos y, desde entonces, florecen las intenciones de recurrir contra dicha medida gubernamental.
Fase 2: Para capear el temporal y matar dos pájaros de un tiro, que es la mejor manera de no matar ninguno, en junio las Cortes aprueban la nueva Ley de Morosidad que responde también a las peticiones europeas para que en España se reduzcan los plazos de pago de empresas y administraciones, especialmente ayuntamientos, que son de los más bochornosamente largos de la CEE (de media más de 100 días mientras en Europa es la mitad). Para facilitar que los ayuntamientos puedan converger hasta los nuevos plazos en los 3 años de adaptación a la Ley, el Gobierno anuncia la creación de una línea de créditos ICO (Instituto de Crédito Oficial).
Fase 3: En la “vuelta al cole” de septiembre, la ministra Salgado nos anuncia que cómo hemos sido tan buenos ¿? desde mayo y hemos reducido el déficit un Potosí ¿¿¿???, los ayuntamientos que no superen el 75% de endeudamiento respecto de sus ingresos podrán seguir endeudándose. Los agraciados se sabrán a final de año. Casualmente, a día de hoy, dos grandísimas corporaciones (Madrid y Valencia, ambas en manos del PP) no cumplirían la ratio y se quedarían sin caramelos para el año que viene.
Fase 4: Pasadas unas semanas desde que se aprobó la Ley y a pesar de lo anunciado anteriormente, los ayuntamientos confiesan que ni hartos de vino podrán acercarse a los plazos que exige la Ley de Morosidad. Hasta Manuel Bustos, alcalde de Sabadell y presidente de la Federació de Municipis de Catalunya (FMC), sale en la televisión para decir que esto es lo que hay y que el que no quiera o no pueda que no trabaje con la administración. Lo dice tal cual, aunque eso sí, con cara compungida, para que veamos como sufren los ediles electos. Así se lo hace saber la FMC al Gobierno que, compungido él también, confiesa que la línea de crédito del ICO no se ha creado aún (y es poco probable que se cree, aunque esto no lo dice).
Así se cierra, pues, el truco del almendruco en el que para que los ayuntamientos no sigan endeudándose, se tienen que seguir endeudando. Ni David Coperfield.

Espejismos

Después del éxito en Francia de la enésima huelga general contra Sarkozy y su plan de reforma de la jubilación, los sindicatos mayoritarios españoles sacan pecho ante ZP como diciéndole “el 29 te vas a enterar”. Sin embargo, el éxito francés parece restringido al número de manifestantes que salieron a la calle, porque Sarkozy ya ha dicho que, con huelga o sin ella, su plan sigue adelante, se retrasará la edad de jubilación, amén del resto de reformas necesarias. Serían, pues, los sindicatos españoles los que deberían tomar buena nota, porque aunque consigan el próximo 29 de septiembre sacar a la calle a diez millones de personas (que muchas serán), los planes de la reforma laboral, de las pensiones y de todos los que han de venir, seguirán adelante.
Les sucede a los sindicatos lo mismo que a las autoridades monetarias internacionales o que a los gobiernos de occidente: están aplicando un manual que ya no funciona, anticuado, pensado para otras épocas que ya no han de volver. Mientras gobiernos y autoridades se han empeñado en financiar y estimular la economía, a base de dinero público, para que remontase el consumo, el déficit y la deuda han crecido tanto que han acentuado el efecto contrario y ya no se puede financiar y estimular más. Se ha conseguido justo lo contrario de lo que se pretendía. Ahora sólo queda reformar y recortar.
Por su parte, los sindicatos, contra estas reformas y recortes, se empeñan en huelgas generales, acciones reivindicativas de corte decimonónico y eslóganes valleinclanescos (¡Que la crisis la paguen ellos! Ente difuso que engloba a bancos, autoridades monetarias internacionales y quien sabe si gobiernos mundiales en la sombra). No se dan cuenta, o no se la quieren dar, que estamos viviendo un proceso de cambio imparable e inevitable, en el que hemos de pagar el empacho de crecimiento de los últimos 10/15 años, crecimiento que no hubiera sido posible sin el proceso económico que nos ha llevado a la crisis. Dicho en plata, estiramos el brazo mucho más que la manga, cuando no teníamos (ni por asomo) capacidad para ello. Ahora se han de asumir las consecuencias de que siempre hemos sido mucho más pobres de lo que creíamos o de lo que nos hacían creer y que hemos estado viviendo un espejismo. Por eso, los esquemas conocidos van a cambiar, nos guste o no. Debiera ser labor de los sindicatos hablar claro a los trabajadores y luchar y velar porque todo el proceso sea lo menos traumático posible en vez de encastillarse en el inmovilismo.

Paréntesis

Nos encontramos en lo que los franceses llaman un “impasse”, expresión que se podría traducir desde por callejón sin salida hasta por punto muerto, aunque no son lo mismo una cosa que la otra. El periodo vacacional parece haber truncado el devenir del complejo proceso político, económico y social, en el que nos encontrábamos. Las decisiones se han pospuesto, las grandes declaraciones se han callado y se han descruzado los dedos para darles su merecido descanso con vistas a la “rentrée”, otro término francés, en la que volverán a cruzarse con fervor en espera de que ese gesto entre infantil y supersticioso genere la taumaturgia que se necesita. Porque verdaderamente milagrosos han de ser los hechos que nos salven de nuestro futuro más próximo y definitivo.
No nos dejemos engañar por las apariencias. Ni los estrés test han cambiado nada ni los balances de los bancos han mejorado por ensalmo. Ni la creación de empleo estacional está aquí para quedarse ni las reformas (laboral, de jubilación y pensiones, sanitaria, energética, etc.) se detendrán. Ni el guirigay político cainita desaparecerá ni de las ineludibles órdenes europeas e internacionales, de obligado cumplimiento, nos libraremos. Si nos preocupamos de buscar las verdaderas voces entendidas, las que hablan sin paños calientes ni brotes verdes, las que analizan realmente los datos de los que disponemos, se dibuja un panorama en el que las palabras que nuestras autoridades pronuncian con ilusorio fervor (recuperación, crecimiento, creación de empleo, cambio de modelo productivo) carecen de sentido. El modelo en el que hemos vivido hasta ahora, basado en el crédito (o sea en endeudarse ad infinítum), se ha agotado. El crecimiento de la economía que hemos tenido desde el “España va bien” hasta ahora no volverá. No sólo no se creará más empleo sino que se destruirá, porque en el futuro hacia el que vamos no hará falta tanta mano de obra (en especial de la poco cualificada en la que España es tan puntera). No habrá cambio de modelo productivo porque para que lo hubiera serían necesarias unas condiciones económicas muy favorables y una grandísima inversión, y no tenemos ni tendremos de ninguna de ambas cosas. Nuestro sistema bancario deberá afrontar, más pronto o más tarde, un ajuste de sus balances para reconocer el verdadero valor de las cosas, ajuste que nos hará a todos un poco más pobres (a unos más que a otros). Nuestro particular estado del bienestar sufrirá una poda hasta las raíces para dejarnos una sociedad en la que pagaremos por la atención sanitaria que recibamos o por el verdadero valor de la energía que consumamos. Una sociedad en la que jubilarse costará más años de cotización para recibir menos pensión o en el que las prestaciones por desempleo se reducirán y muchos parados se verán abocados al perenne cobro de la pensión de subsistencia (que nuestras autoridades instauraron provisionalmente, pero que han decidido hacer permanente previendo la que se avecina).
De todo lo anterior y más cosas, no me subleva tanto el hecho de si pudo haberse evitado o no, como la pertinaz, interesada e incluso criminal mentira en la que nuestras autoridades nos han sumido durante tanto tiempo. Mentira que impide a unos (PSOE) dar paso a posibles alternativas de gobierno, puesto que les supondría un descalabro tal que los sumiría en un pozo sin fondo durante mucho tiempo. Mentira, también, de la que se aprovechan otros (PP) para reclamar elecciones a sabiendas que no las habrá, pues ni locos querrían hacerse cargo del descomunal marrón en estos momentos.
Volviendo al principio, sólo nos queda decidir en donde nos encontramos: ¿Callejón sin salida? ¿Punto muerto? En el segundo pareciera que hay un hilo de esperanza de la que carece el primero, pero me parece que nos va a dar igual.

Límite 48 horas

Como apostilla en su artículo de hoy el conocido catedrático de economía Santiago Niño Becerra, hoy es día F menos 48 horas, pues 48 horas nos faltan para que se acabe el primer semestre del año y con él la presidencia europea de España. A partir de ese momento perderemos el salvavidas que nos ha medio garantizado no ser intervenidos “a saco” sino que sólo nos hayan caponeado un poco para ver si espabilábamos de una vez, o más concretamente si espabilaba el Presidente Zapatero quien, con demudada faz, tuvo que salir a la palestra para hacerse el haraquiri por mentiroso. Porque decir que había brotes verdes y que empezaríamos a remontar en un pispás va mucho más allá del ciego optimismo. A partir de julio veremos si todas las frases que hemos oído de las diferentes instancias internacionales, haciendo referencia a la corrección de las medidas tomadas por España y la solvencia de ésta, eran ciertas o únicamente una contemporización para ganar tiempo hasta que llegara el día F. No nos engañemos: la cosa está igual de mal o peor. El Estado debe mucho y recauda menos. Y menos que recaudará con el cierre de empresas y el aumento del paro. Además, las emisiones de deuda las ha de cotizar cada vez a mayor interés para que se las compren. Los bancos deben muchísimo y además sus balances son más falsos que un euro de goma pues todo el inmobiliario que figura en ellos no vale, en el mejor de los casos, ni la mitad de lo que pone. Las empresas también deben lo suyo y no pueden deber más porque no les dan más crédito. Si a eso le sumamos que el consumo no irá a más sino más bien al contrario, continuará la cascada de cierres que seguirá incrementando el paro. ¿Y nosotros? Los ciudadanos de a pie también tenemos nuestra cuota de deuda y deberemos reconocer que, en general, nuestro nivel de vida bajará y, ya más en particular, que muchos entraran en las garras de la pobreza para no salir. Todo ello consecuencia de que la deuda total (Estado, empresas, banca, particulares) ascienda a más del 400% de nuestro PIB.
El cómo y el porqué se ha llegado a esto ya se ha explicado hasta la saciedad: estos últimos años el mundo ha crecido a base de crédito, de endeudarse, si no, no habría crecido. Pero todo tiene un límite. De las hipotecas subprime estadounidenses se pasó a las hipotecas subprime europeas y a los créditos y préstamos subprime a los bancos y empresas, para llegar a las emisiones de deuda subprime de los estados. Todo el entramado económico se volvió subprime, o sea, de más que difícil cobro. Y en estas está España, a verlas venir. Julio puede ser un mes más calentito de lo habitual y no por las temperaturas, aunque pudiera ser que nos dieran tregua hasta después del verano. Pero que la crisis empieza de verdad ahora ya nadie lo duda.

El principio y el final

La Unión Europea hecha el resto y crea un fondo de 750.000 millones para proteger al euro de los especuladores. Las bolsas, alborozadas, salen rebotadas y crecen espectacularmente, pero cuidado con los espejismos porque lo que hacen es compensar las bajadas de la semana anterior y la cosa se queda más o menos como estaba. El índice español ha subido hoy un 14,43%, pero la semana pasada había bajado el 13,78%. Al mismo tiempo los bancos centrales empiezan a comprar deuda pública de los propios estados miembros ¿Milagro? No. Simplemente han puesto a funcionar la máquina del dinero. Mientras, el ejecutivo europeo le pasa una notita a Zapatero “este año medio punto más de ajuste y el que viene un punto entero” para alcanzar el quimérico objetivo de reducir el déficit público al 3% en 2013 cuando cerramos el 2009 con el 11,2%. El gobierno ya ha llamado a capítulo a las comunidades autónomas para que se vacíen los bolsillos. En mi opinión este exceso de jarabe puede hacer que el enfermo acabe empeorando. España sigue con un déficit desbocado pero no detiene la obra pública, su deuda es cada día que pasa más difícil de colocar en los mercados financieros (de los 5.000 millones de la última tanda sólo se colocaron la mitad) y a mayor interés, y los pagos del estado se acumulan. No estamos como Grecia, es cierto, pero no hace falta para que el resultado final no acabe siendo el mismo. Mientras, Zapatero I El Impávido no se atreve a tomar las decisiones que hay que tomar por mieditis electoral y escrúpulos de izquierda. Y no porque esas decisiones me gusten, que no, si no porque ese es el precio que hay que pagar por estar en Europa. Cuando todo iba bien y entraban las subvenciones europeas a chorro nadie se quejaba. Ahora hay que tomar medidas de ajuste muy duras, que aún lo son más por el retraso que el gobierno lleva en tomarlas. Pero si no lo hace, serán otros quienes las impongan y con menos miramientos. Estamos al principio y al final de una carrera.

El sonotone

Una noticia reciente ha pasado bastante desapercibida. No es un hecho extraordinario en sí mismo, pero nos plantea una cuestión: que hay ciertas cosas que siguen siendo tabú en nuestro país. La noticia es que la Casa Real ha admitido, a raíz de la evidencia incuestionable, que el Rey Juan Carlos usa un audífono habitualmente. Es más, lo usa ya hace bastantes años sin que al parecer nadie se haya dado cuenta. Lo que quiere decir, entre líneas, que el Rey empezó a usarlo esporádicamente y solo ahora que lo usa más (esto se ha hecho evidente) la Casa Real da su comunicado sin darle mayor importancia. Efectivamente, no la tiene. Son muchos los ciudadanos del mundo que, a partir de determinada edad, han de usar este tipo de aparatos. Es ley de vida que se dice. Pero en este caso concreto, por tratarse de quien se trata, no podemos dejar de pensar que el proceso de envejecimiento del Rey implicará unos cambios muy importantes para España en un futuro que cada vez está más próximo que menos.

Independientemente de lo que pensemos de su figura, el Rey ha representado un punto de equilibrio desde el frágil comienzo de esta democracia, que disfrutamos/padecemos, hasta la actualidad. Ha habido momentos difíciles (el 23 F, la llegada del socialismo al poder tan solo siete años después de la muerte de Franco, el terrorismo) pero, con la voluntad y el esfuerzo de todos, se pudo seguir adelante y la figura del Rey se acrecentó, hasta el punto de ser una de las personalidades actuales a nivel mundial que concita mayor respeto, tanto nacional como internacionalmente. ¿Ocurrirá lo mismo cuando el Rey Juan Carlos no esté y sea el príncipe el que ocupe su lugar?

No se trata aquí de abrir la caja de los truenos pero parece más que evidente que, cuando se produzca el relevo, las cosas ya no serán como antes. El príncipe ha recibido una cuidada educación, es muy fotogénico y aún queda mejor con su esposa a su lado, pero parece poco probable que pueda concitar el entusiasmo que su padre generó, y aún genera, durante su reinado. Quizá no tanto a nivel popular como a nivel social y político. Está muy extendida la actitud que afirma que una cosa es ser juancarlista y otra muy distinta ser monárquico. Con el futuro final del reinado de Juan Carlos I se cerrará en España una etapa necesaria para transformar al país de dictadura fascista a nación moderna del primer mundo (a pesar de todas las carencias y defectos aún por corregir). Pero ese cierre también supondrá el cierre de la función que la monarquía podía desempeñar y abrirá unas incógnitas difíciles de prever ¿Tiene sentido la monarquía en el mundo del siglo XXI? ¿Lo tiene en España? ¿Puede ocupar un cargo no electo una instancia como la Jefatura del Estado? Quizá no seamos del todo una verdadera democracia hasta que este país se pueda plantear y resolver abiertamente estas cuestiones. Nos espera un futuro ciertamente interesante.

La irresponsabilidad

Mientras la ministra Salgado dice por un lado que “España necesita tiempo para comprobar si las medidas fiscales adoptadas por el Gobierno son suficientes para cumplir sus objetivos” (Reuters), afirma por el otro que “la economía española empezará a remontar dentro de poco, en el primer trimestre de 2010” e insiste que “se puede descartar completamente el riesgo de recaída” (Europa Press) y también expresa que “la actual estructura del Estado es sostenible perfectamente, aunque no tanto con la presión fiscal que actualmente tiene España” (Europa Press para La Vanguardia). Traducido al cristiano, todo esto quiere decir que “no tenemos ni idea si las medidas que tomamos van a funcionar pero tenemos el ingenuo convencimiento que vamos a empezar a recuperarnos ya mismo aunque no sabemos porqué” y además “negaré aunque me maten que podamos ir a peor”, en cualquier caso “hemos de prepararnos para que nos suban los impuestos y nos bajen los servicios”.

Mientras tanto, el PP, única alternativa de gobierno posible, aunque no viable, sigue en su política suicida (suicida para España) de acoso político-mediático a ZP, sin presentar un plan alternativo de soluciones creíbles que pudiera poner en práctica de estar en el Gobierno, por miedo a que sus medidas resulten tan impopulares que le alejen de la posibilidad de ganar las elecciones, único y último objetivo de un partido político de asentamiento territorial mayoritario. Porque ésa es la sensación que podemos extraer de la manera de comportarse de la clase política. Todo está regido por el “y tú más” y por promesas vacías realizadas en medio de frases ampulosas carentes de la más mínima concreción. Y mientras esto vemos, los indicadores económicos no mejoran. Y me refiero a los indicadores de verdad, a los que afectan al día a día de las personas y las empresas, no a esos cuatro elementos mal contados que economistas y políticos han decidido que considerarán como los buenos para poder presentar unos datos y unas estadísticas muy bonitas de cara a la galería internacional.

Pero el Gobierno está pillado, pillado por lo que le piden las instancias económicas internacionales que haga (retrasar jubilación, reducir sueldos, flexibilizar el mercado de trabajo), por la cruda realidad (consumo estancado, crédito inexistente, 20% de paro) y porque sólo faltan dos años para las elecciones (si es que consigue aguantar tanto) y dos años pasan volando. Pillado a contrapié histórico, queda clarísimo que el objetivo de ZP, Gobierno y PSOE no es coger el toro por los cuernos y tomar las decisiones que haya que tomar, cueste electoralmente lo que cueste, en beneficio de todos los ciudadanos sino capear el temporal, esperar que la inercia económica internacional nos favorezca, aunque sea de refilón, y confiar que el PP siga ultramontano y se queme él solito sus propias naves electorales. Eso, aquí y en cualquier parte, es huir de la responsabilidad que le compete. Y eso se acaba pagando.

And the ATC goes to.....

Ya son doce, señoras y señores, y lo que te rondaré morena. Doce, que se dice pronto. Doce como los apóstoles. Doce como los doce hombres sin piedad o los doce del patíbulo. “Pero ¿Doce qué?” Pues ya son doce los pueblos de España que optan a ser sede del ATC, que es algo así como ser sede permanente de las Olimpiadas del Uranio, con la ventaja añadida que los gastos van por cuenta del instalador, se crean puestos de trabajo en la localidad y, además, le caen al municipio sede y a las poblaciones colindantes (las subsedes), en doce kilómetros a la redonda (otra vez el doce), como mínimo, seis millones de euros anuales durante los primeros sesenta años para que se pongan de tiros largos y lo que haga falta.

Tiene la cosa su guasa “que no se pué aguantar” que diría un castizo. Para empezar ATC quiere decir Almacén Temporal Centralizado, que digo yo que llamarlo temporal cuando la vida activa de los residuos que se van a almacenar es de miles de años suena a tomadura de pelo. Siempre y cuando, claro está, que no midamos el tiempo bajo el baremo de la eternidad cristiana, en cuyo caso unos miles de años son de una brevedad que espanta. Ahora vendrá el largo proceso técnico y administrativo del análisis de las candidaturas y de la documentación presentada.

El probo funcionario inquirirá al representante municipal:
- “¿Trae usted los penales?”
- “¿Para esto también hacen falta?”
- “Para esto y para todo. Yo no salgo de casa sin ellos”.

Se calcula que en unos seis meses sabremos el ganador. Propongo que se organice una gala, televisada por la primera naturalmente, con un espectáculo ad hoc, presentadores populares y profusión de esmóquines y vestidos largos, en la que en el momento culminante se abrirá el sobre y el presentador o presentadora, con voz embargada por la emoción, leerá el nombre del elegido. “And the ATC goes to……” y los representantes municipales, con el alcalde a la cabeza, subirán al escenario emocionados y agradecidos. Habrá besos y abrazos, discursos falsamente improvisados y muchas fotos y, cómo Villar del Río en Bienvenido Mister Marshall, todos los vecinos empezarán a pensar en qué se van a gastar el dinero que, cual maná de la diosa fortuna, inundará al pueblo agraciado.

Pero no todo serán alegrías. Los que se hubieran opuesto al ATC estarán tristes y cabizbajos, quien sabe si pensando en mudarse lo más lejos posible de ese cementerio al que eufemísticamente han llamado almacén, pero que es cementerio, puesto que la muerte morará en él. Al fin y al cabo, cada primero de noviembre la gente no va al almacén a poner flores ¿No?

Siendo como es inevitable, por el momento, el uso de energía nuclear y por tanto los residuos que ésta genera, ¿No sería más fácil buscar una zona desértica y lo más alejada posible de población alguna para instalar el ATC? Con los seis millones durante sesenta años se podrían construir los accesos viarios y demás infraestructuras logísticas necesarias para crear ese lugar apartado, en la nada, y no tener que colocarlo a la vera de ningún pueblo y sus habitantes, ahorrándose además disputas y enconamientos estériles. Todos ganaríamos.