And the ATC goes to.....

Ya son doce, señoras y señores, y lo que te rondaré morena. Doce, que se dice pronto. Doce como los apóstoles. Doce como los doce hombres sin piedad o los doce del patíbulo. “Pero ¿Doce qué?” Pues ya son doce los pueblos de España que optan a ser sede del ATC, que es algo así como ser sede permanente de las Olimpiadas del Uranio, con la ventaja añadida que los gastos van por cuenta del instalador, se crean puestos de trabajo en la localidad y, además, le caen al municipio sede y a las poblaciones colindantes (las subsedes), en doce kilómetros a la redonda (otra vez el doce), como mínimo, seis millones de euros anuales durante los primeros sesenta años para que se pongan de tiros largos y lo que haga falta.

Tiene la cosa su guasa “que no se pué aguantar” que diría un castizo. Para empezar ATC quiere decir Almacén Temporal Centralizado, que digo yo que llamarlo temporal cuando la vida activa de los residuos que se van a almacenar es de miles de años suena a tomadura de pelo. Siempre y cuando, claro está, que no midamos el tiempo bajo el baremo de la eternidad cristiana, en cuyo caso unos miles de años son de una brevedad que espanta. Ahora vendrá el largo proceso técnico y administrativo del análisis de las candidaturas y de la documentación presentada.

El probo funcionario inquirirá al representante municipal:
- “¿Trae usted los penales?”
- “¿Para esto también hacen falta?”
- “Para esto y para todo. Yo no salgo de casa sin ellos”.

Se calcula que en unos seis meses sabremos el ganador. Propongo que se organice una gala, televisada por la primera naturalmente, con un espectáculo ad hoc, presentadores populares y profusión de esmóquines y vestidos largos, en la que en el momento culminante se abrirá el sobre y el presentador o presentadora, con voz embargada por la emoción, leerá el nombre del elegido. “And the ATC goes to……” y los representantes municipales, con el alcalde a la cabeza, subirán al escenario emocionados y agradecidos. Habrá besos y abrazos, discursos falsamente improvisados y muchas fotos y, cómo Villar del Río en Bienvenido Mister Marshall, todos los vecinos empezarán a pensar en qué se van a gastar el dinero que, cual maná de la diosa fortuna, inundará al pueblo agraciado.

Pero no todo serán alegrías. Los que se hubieran opuesto al ATC estarán tristes y cabizbajos, quien sabe si pensando en mudarse lo más lejos posible de ese cementerio al que eufemísticamente han llamado almacén, pero que es cementerio, puesto que la muerte morará en él. Al fin y al cabo, cada primero de noviembre la gente no va al almacén a poner flores ¿No?

Siendo como es inevitable, por el momento, el uso de energía nuclear y por tanto los residuos que ésta genera, ¿No sería más fácil buscar una zona desértica y lo más alejada posible de población alguna para instalar el ATC? Con los seis millones durante sesenta años se podrían construir los accesos viarios y demás infraestructuras logísticas necesarias para crear ese lugar apartado, en la nada, y no tener que colocarlo a la vera de ningún pueblo y sus habitantes, ahorrándose además disputas y enconamientos estériles. Todos ganaríamos.