Les sucede a los sindicatos lo mismo que a las autoridades monetarias internacionales o que a los gobiernos de occidente: están aplicando un manual que ya no funciona, anticuado, pensado para otras épocas que ya no han de volver. Mientras gobiernos y autoridades se han empeñado en financiar y estimular la economía, a base de dinero público, para que remontase el consumo, el déficit y la deuda han crecido tanto que han acentuado el efecto contrario y ya no se puede financiar y estimular más. Se ha conseguido justo lo contrario de lo que se pretendía. Ahora sólo queda reformar y recortar.
Por su parte, los sindicatos, contra estas reformas y recortes, se empeñan en huelgas generales, acciones reivindicativas de corte decimonónico y eslóganes valleinclanescos (¡Que la crisis la paguen ellos! Ente difuso que engloba a bancos, autoridades monetarias internacionales y quien sabe si gobiernos mundiales en la sombra). No se dan cuenta, o no se la quieren dar, que estamos viviendo un proceso de cambio imparable e inevitable, en el que hemos de pagar el empacho de crecimiento de los últimos 10/15 años, crecimiento que no hubiera sido posible sin el proceso económico que nos ha llevado a la crisis. Dicho en plata, estiramos el brazo mucho más que la manga, cuando no teníamos (ni por asomo) capacidad para ello. Ahora se han de asumir las consecuencias de que siempre hemos sido mucho más pobres de lo que creíamos o de lo que nos hacían creer y que hemos estado viviendo un espejismo. Por eso, los esquemas conocidos van a cambiar, nos guste o no. Debiera ser labor de los sindicatos hablar claro a los trabajadores y luchar y velar porque todo el proceso sea lo menos traumático posible en vez de encastillarse en el inmovilismo.