Mujeres sin nombre

Ahora que los primeros fresquitos otoñales ya nos llegan y caminamos más presurosos por la calle, mirando menos lo que nos rodea pues hay que llegar prontito a casa, ahora que el flujo turístico sobre la ciudad amaina, ahora que ya nos han colocado otras cosas delante para que nos distraigamos, ahora que faltan muy poquitos días para que empiece la Navidad (El Corte Inglés me informa que está todo preparado), ahora que el Barça ya va líder en solitario, ahora, pues, en Barcelona ya nos hemos olvidado de las putas. De hecho, no es que nos hayamos acordado nunca, pero el mal gusto que tuvo EL PAÍS, y alguno más, de ponernos esas fotos tan desagradables delante de los narices, justo al volver de las vacaciones, nos impidió girar la cara durante unos días. Y eso es intolerable: los ciudadanos (con los políticos a la cabeza, pues son los máximos ciudadanos) tienen el derecho inviolable de girar la cara y mirar hacia otro lado cuando quieran (si no está en la Constitución debería estar).
¿Qué se hace, entonces, con la prostitución? ¿Se legaliza? ¿Se regula? ¿Se prohíbe? ¿Se persigue? ¿No se hace nada? Esconder la cabeza nunca ha conseguido que los problemas desaparezcan. Nunca. Y no nos engañemos, mientras haya muchos hombres (y algunas mujeres) dispuestos a pagar, habrá prostitución. Quienes piensen que prohibiendo, persiguiendo a los paganos y publicando sus nombres en la prensa (en algunas partes de los EEUU se hace algo parecido), o cualquier otra fantasiosa medida, conseguiremos algo, andan muy equivocados. Más que andar, por cierto, viven en un mundo diferente, donde la gente no tiene pulsiones y las fuerzas del mercado no tienen ninguna incidencia. Los ejemplos de prohibición existentes muestran que el problema se esconde debajo de la alfombra pero no desaparece. Por otro lado, los ejemplos de regulación, a mi entender, se quedan a medias. En cualquier caso, la inhibición de las autoridades es la peor de las soluciones. ¿Cuál es el meollo de la cuestión? Evidentemente hay dramas personales y tragedias, explotación y delitos asociados. Pero ¿Por qué hay prostitución? Es meridianamente claro que la hay porque existe negocio y mucho dinero a ganar. Ataquemos, entonces, por ese flanco. Evitemos que haya negocio y dinero a ganar para los grupos organizados. Demos, por ley, los máximos derechos y poderes a la “trabajadora”, que si alguien se tiene que beneficiar de su cuerpo sea ella misma y, sólo si a ella le interesa, secundariamente alguien más. Impidamos que sea beneficiosa para las mafias la explotación de las personas. Regulemos horarios, ubicaciones, permisos, medidas sanitarias. Demos, en definitiva, el poder a la mujer. Y que nadie se rasgue las vestiduras. En un mundo donde podemos comprarles a nuestros hijos pelotas de fútbol de marca, fabricadas en países asiáticos por niños esclavizados, o adquirir alfombras orientales tejidas en fábricas donde los operarios (en su mayoría mujeres y niños) están literalmente encadenados a los telares, dar el poder real a las mujeres sobre su propio cuerpo es el acto más revolucionario que imaginarse pueda. Dejemos de girar la cabeza y miremos a la cara a las mujeres, preguntémosles sus nombres y démosles las herramientas para que se ganen su libertad y, si quieren, sean putas o fontaneras o electricistas o lo que les salga del coño, que para eso es suyo.