
Desconozco si el señor Rubin tiene razón o no, aunque sus argumentos parecen bien sustentados y razonados, ni siquiera si acertará (hecho totalmente independiente de tener la razón o no tenerla), pero es una idea atrayente: volver, aunque sea forzados por las circunstancias, a un mundo más equilibrado, más racional (si ello es posible), en el que tener de todo todo el tiempo, con el descomunal gasto energético que eso supone, ha trastocado las estructuras económicas con la mal llamada globalización pero que, en el fondo, solo ha beneficiado a unos pocos. Las ventajas parecen claras. Se volvería a una alimentación de temporada, lo que beneficiaría al sector agrario. Se recuperaría tejido industrial y productivo, lo que no vendría mal para acabar de cambiar nuestro modelo económico basado en la pandereta y sus sucedáneos. El turismo volvería a ser nacional, no como ahora que en ocasiones es más barato irse a las antípodas que a Gijón, por poner un ejemplo. En resumidas cuentas, como reza el título del libro de Rubin, nuestra escala vital se reduciría. Quizá así nos daríamos cuenta que a nuestro alrededor hay un mundo por descubrir que habíamos pasado por alto, deslumbrados como estábamos por hechos e imágenes que sucedían a miles y miles de kilómetros de distancia. No abogo por el aislamiento, cosa imposible con las telecomunicaciones existentes hoy en día, pero sí porque nuestras miradas no se pierdan en el horizonte cuando, justo a nuestro lado, hay tantos paisajes por descubrir.
El señor Rubin dice que en no muchos meses este nuevo fenómeno se hará apreciable. Como el plazo es breve y no nos cuesta nada, estaremos atentos.