El farolillo rojo

La prensa y los medios en general reflejan estos días las esperanzadoras noticias económicas en las que los organismos y economistas parecen coincidir, salvo para España: que la recuperación se está iniciando en varios países occidentales, que dichos países tendrán ya crecimientos positivos en los dos trimestres finales, que lo peor, en definitiva, ha pasado.
Para España el panorama no es tan prometedor: continuará el crecimiento negativo de la economía en lo que queda de año, el paro seguirá aumentando y la salida será mucho más lenta y larga que para los demás países europeos. Somos el farolillo rojo. De todas formas, nuestras autoridades, con el presidente Zapatero a la cabeza, insisten que hay signos esperanzadores en nuestra economía, que hemos pasado lo peor y que, si bien es cierto que aún no crecemos, decrecemos más lentamente que en los primeros meses del año, paro incluido, sin olvidar de mencionarnos que las medidas adoptadas hasta ahora han sido las adecuadas y únicas posibles.
Me pregunto cómo se puede considerar que la existencia de la cantidad de parados que tenemos en este país no es un signo del fracaso total de nuestra economía. Parados con todas las circunstancias dramáticas que hay detrás de los mismos. Hasta tal punto el Gobierno ve las orejas al lobo que ha decidido sacar dinero de donde haga falta y aumentar plazos para los parados que empiezan a quedarse sin subsidio, pues lo peor de una crisis no es la crisis en sí misma sino la gente en la calle protestando.
Mientras tanto, los intentos de consenso para regular la economía, a nivel mundial y limitar las prácticas que en gran parte nos han llevado a donde estamos, naufragan en el pantanal político y bajo las presiones de las grandes corporaciones y bancos. Lo anterior nos lleva a pensar que el trabajador, como dice Bauman, no es más que otro producto dentro de esta vida de consumo que tenemos, al que se le pide que “esté” en el mercado, que sea atractivo como producto él mismo, para de esta forma poder entrar en la rueda y hacerla girar, que se reactive el consumo, base del sistema económico. Lo demás, regulación, orden, control, etc., no cuenta.
Por el camino, los gobernantes parece que no contemplan la consecución de un bienestar armónico para el conjunto de los ciudadanos, en el que las diferencias entre los que más tienen y los que no tienen, o apenas, no sean tan obscenamente abismales. Una economía en la que el que arruina una empresa y, con ella, a los empleados y accionistas, no salga más multimillonario de lo que entró.
Aún nos queda mucho por ver y por pasar. Pero lo más importante es que estemos para contarlo.